Confieso que aún no me termino de ubicar en la nueva etiqueta. Obviamente no es un intento de negación ante el inevitable paso del tiempo, pero si responde a la internalizada costumbre de ser siempre “la menor”.

Cuando en el nido se me ocurrió dejar a los conejitos (salón de 3 años) por los pollitos (salón de 4 años) no imaginé, supongo que mis padres y profesores tampoco, que una travesura de infancia terminaría por crear toda una tradición en mi vida.
Luego de aquel episodio mis padres pensaron que al llevarme a un colegio más pequeño no tendría tantas opciones de “migración”, porque los profes me prestarían mayor atención y bla bla bla, pero se equivocaron. El viejo pretexto de “¿puedo ir al baño?” fue suficiente para que pudiera abandonar el salón de kindergarten y me instalara en el primer grado.

El nuevo colegio, con sus impresionantes y modernos métodos de enseñanza, sugirió “Bueno, dejémosla algunos días, ya se aburrirá”.
Se equivocaron, a los tres meses tuvieron que llamar nuevamente a mis padres porque ya había resuelto un trimestre con mejores notas que muchos de mis compañeritos del salón.
Así, empecé primer grado a los cuatro años. En realidad solo estuve adelantada un año, pero como mi cumpleaños era en julio, durante la primera mitad la mayoría de mis compañeros de clase me llevaban dos años. Sin contar a los repitentes, por “x” motivo, con los que la diferencia era aún mayor. A partir de allí siempre estuve rodeada de chicos grandes, lo cual tuvo sus pro y sus contra.
En los primeros años, mi pequeña estatura era más notoria y me convertí en el punto de los niños de la clase. En cuarto de primaria, dejé el colegio mixto e inicié mi camino a la adolescencia en un colegio de mujeres. A los dos años, medio salón empezó a estrenar formadores, y entonces, yo no tenía nada que formar, jeje.

De hecho la apariencia infantil que aún me acompañaba no era una excelente carta de presentación para los inquietos adolescentes que asistían a tales fiestas. Pase algunas noches bailando solo con el hermano de mi mejor amiga, por quien moría y un par de años después sería mi primer novio :D
En la universidad fue lo mismo. Cuando entré a EEGGLL tenía quince años y hubo gente que no me creyó. Fue necesario mostrar la partida de nacimiento, porque ni libreta militar tenía. Otra vez la menor del grupo que asistía de colada, y con toda la intención de escabullirse de los VIP, a los ladies night de La Rumba.

con más roche. La primera promoción de Comunicaciones PUCP no solo reunía a quienes habíamos ingresado en 1996-I, sino también traslados externos e internos cuyos alumnos llegaban en algunos casos a los 28 años, cuando yo tenía 18. Conclusión: volví a ser “la” bebé.
Incluso en mis trabajos, hasta que llegué a Conecta. Donde mi condición de tía no solo se debe a una cuestión cronológica sino de “usos y costumbres”. Me explico.
El motivo de este post se originó cuando estaba escuchando con toda tranquilidad “killing me softly” de Roberta Flak y alguien por allí pregunto “¿no tienes la versión moderna?”. Plop! A mi también me gusta la versión de The Fugees y Lauryn Hill, pero para escuchar prefiero música setentera y ochentera. ¿es aquello un pecado acaso?
Así, detalles como recordar qué cosa es un “choco punch”, el rostro de Miguel Grau en el billete 5000 intis y el de César Vallejo en el de 10000, no han ayudado mucho a recordar que hay gente mayor que yo es esta oficina.

vaso fue cuando empezó a sonar “Step by step” de los New Kids y yo recordé que entonces estaba en sexto de primaria, 1990; pero mis compañeros estaban en cuarto, tercero y hasta segundo de primaria. Allí comprendí que aunque mi DNI diga 1980, viví como si hubiera nacido en el 78.
Mi justificación inmediata, y completamente cierta, fue que tengo primos diez años mayores que yo y muy buena parte de mi infancia prácticamente conviví con ellos. Entonces aprendí a escuchar su música, jergas y demás; pero creo que no fue suficiente. A pesar que algunos días toneo con Tego Calderón, Wisin y Yandel, Rakim y Ken-y, gracias a los primos diez años menores que yo. Ya fui.
Como ustedes comprenderán, después de haber sido toda la vida, la menor del grupo, cualquiera que fuera, pasar a ser “la tía” es algo a lo que no me resulta fácil acostumbrarme.
Aún sigo sorprendida.