martes, marzo 06, 2007

Quiero un fin de semana en Lima

Socorro!!!! Me han visto cara de encomienda.

Es que durante los dos últimos fines de semana, que coincidieron con las vacaciones del novio, Romy fue despachada cual paquetito a Piura y a Iquitos, respectivamente.

Los viajes fueron tan inesperados que no me dieron oportunidad de planear tiempo para el turismo, ni siquiera pude empacar la cámara con la que me tomaría la típica fotito en la plaza de armas de la ciudad. Todo empezó a gestarse rápidamente en mi PC bajo los acordes de un concierto de Héctor Lavoe.

Ambas ciudades estuvieron de lo más calenturientas, quise decir calurosas. Pero, lo cierto es que lo pasé mejor en mi segundo viaje. Tal vez porque fui más resignada, o con mejor disposición, que en el primero, en el que tuve que anular mentalmente ciertas intenciones.

Hace buen tiempo que no chapaba un avión. Podríamos decir que hasta me había acostumbrado al amabilísimo, pero recientemente asaltado, Oltursa. Además, yo no estoy acostumbrada a hacer viajes largos. Camino de la casa al trabajo, el curso de inglés lo tomo a siete minutos de mi casa, el gimnasio queda a otros siete minutos, el novio vive a diez y por lo general orbitamos, creo que hemos salido juntos de Miraflores solo dos veces, sin contar trips al sur of course.

El taxi hacia el aeropuerto ya me daba tiempo para pensar en muchas cosas, ni que decir de la hora y media de cada uno de los cuatro vuelos (los del avión, los del avión). Es gracioso que nunca me haya pasado en los viajes en bus. Allí generalmente veo la pela y jateo. Será porque la mayoría de veces he viajado acompañada. Esta vez, solo tenía el libro del año del cerdo y mi loción astringente natura.

Fui inevitable recordar mi infancia, cuando solía acompañar a mi mamá en sus viajes de chamba. Me puse a pensar en cómo aquella super mujer era mi ídolo cuando yo era pequeña y en cómo al final terminamos siendo bastante distintas, aunque parecidas (es posible).

En medio de la reflexión, me sorprendió la vista de la llegada a la selva. Qué espectáculo! No pude evitar el babeo mientras aterrizábamos, ni tampoco la sensación de revisar nuevamente, pero de lejos en una forma mucho más interesante, aquel odiado Atlas de Juan Augusto Benavides Estrada. Sí, si, ese que nos torturó toda la secundaria.

Mi entrenamiento fue de lo más divertido y, no sé si será por la mímesis o sabe Dios qué, a las 3 horas yo ya estaba hablando como charapa. Fue graciosísimo. Es que después de 9 horas al hilo, con lluvia incluida, una no puede permanecer indiferente.

Obviamente no hubo tiempo, y en el primer viaje tampoco ganas, de hacer turismo; pero en Iquitos me las ingenié para seguir por lo menos una de las sugerencias de mi querida Giannina: conocer el Noa. Así, a la medianoche del sábado, y superando la idea de que mi vuelo salía a las 7am, chapé la minifalda y el polito tonero para conocer los encantos de la selva.

Buena elección. Me divertí una barbaridad. Hasta con amigos nuevos, prestaditos por un par de horas. No estaba dispuesta a aburrirme sola. No esta vez.

Pero todo tiene su final, nada dura para siempre. En un abrir y cerrar de ojos, casi literal, estaba trepando al avión que me traería de regreso, en un vuelo bastante agitado por cierto.

Salimos con lluvia, que luego me enteré duró hasta la 1pm, y tuvimos constante turbulencia. Por lo general me gusta el move it, move it, pero creo que alguien me estaba recordando la importancia de nunca perder el respeto por la naturaleza.

Ya en el aeropuerto sintonicé el dial local. Quería escuchar salsa, como al inicio de la historia. Encontré nuevamente al tío Héctor que me acompañó a recorrer de nuevo mi maravillosa selva de cemento.

1 comentario:

Suscriptor del Comercio dijo...

Yo jamas he estado en iquitos...!!

:(

Ahora quiero irrrr!!!