Mis vacaciones: la segunda mitad
A mi regreso de Arequipa hice otra de las cosas maravillosas que más adoro: Ir a clases. No a tomar un curso en la universidad o algún centro de idiomas; sino a dictar. Una de mis pasiones que aún no realizo en toda su plenitud.
Por enésima vez me entretuve con el lindo deporte de revolcar chibolos. No, no señores, no me refiero a aquella debilidad de la que fui presa por partida triple entre 2005 y 2006; sino a las evaluaciones periódicas que realizo en un cursillo de noveno ciclo en la universidad.
La experiencia: espectacular. Es muy tierno poder compartir lo que uno sabe o ha aprendido a lo largo del tiempo a través de métodos didácticos y sobretodo de los no tan didácticos. Vi cosas preocupantes. Algunos puntos que ya deberían estar claros, no lo estaban; y bueno, había que echar mano en el asunto. Pero también vi mucha ilusión, mucho feeling, mucho potencial; y eso renueva demasiado.
Es mostro recordar todos los ánimos que uno tenía cuando estaba en el último año de la universidad. Cuando piensas, sueñas, con lo que estás a punto de alcanzar. Cuando sabes que vas a ser eso que querías ser y por lo que te esforzaste, de diversas maneras, para alcanzar.
Muchos de esos sentimientos que yo siento perdí en el camino, y algunos de mis conocidos también. Recuerdo hace ya varios meses una reunión con mis colegas en la que reflexionábamos acerca de lo que nos ha dado ser Comunicadores.
La mayoría coincidíamos: primero nos mechamos con nuestros viejos, luego le pusimos mucho punche, nos enamoramos de la carrera, y luego salimos al mundo.
Allí la cosa fue más complicada de lo que nos imaginamo. La carrera incomprendida por nuestros padres también lo fue para algunos de los jefes con los que empezamos a trabajar y nos enfrentamos a lo que todos: harta chamba y poco sueldo, aunque siempre, mucho amor. Digamos que este enamoramiento universitario es lo suficientemente sólido como para que dure para toda la vida. Eso es algo de lo que me doy cuenta diariamente, más aún durante el último año.
Probablemente todos tenemos zafado un tornillo y nos gusta el maltrato divertido. Porque ninguno de los que conversaba conmigo ese día podrá negar que se vacila en lo que hace. Aunque trabaja sábados y domingo en hora de oficina y after office. Aunque a veces nos llaman en horarios incomprensibles, para hacer consultas y / o solicitudes incomprensibles, pero allí estamos.
Creo que necesitaba también ese refresh como parte del break que estaba tomando antes de retomar la “conexión”.
viernes, junio 22, 2007
viernes, junio 15, 2007
Recién bajada (cómo siempre)
Gracias a una movida magistral logré darle fecha a mis vacaciones. Ya llevaba postergando el dichoso viaje a Arequipa casi dos meses. Qué le vamos a hacer, me gustan los cerros. Además quería tomar distancia de la casa, de la oficina, de la universidad (con la que me encuentro en coqueteos), de los amigos, del novio, de todo lo que habitualmente suelo hacer por estos lares.
El objetivo era descansar, dormir, caminar, rascarme la barriga, mirar el sol y pensar. Viajé para alejarme de la juerga, el baile y la chela (ilusa yo). Lo que sí tenía claro, y efectivamente se cumplió, era que me iba de tour gastronómico.
DIA 1: La llegada. Romy en el Jorge Chávez y en el Rodríguez Ballón hablando por fono con la mamá, el novio y el hermano. Llegando a Arequipa el primer detalle: No hay taxi. Mi queridísimo hermano no había llamado a nadie para que me recogiera y los taxistas del aeropuerto se encontraban… en un campeonato de futbol! (léase, no chambeaban).
Almuerzo tranquilo. Las náuseas y los mareos no me dejaron vivir en paz aquel día (¿mencioné que soy extremadamente delicadita cuando viajo?). Noche de cafecito con la gentita de las reguladoras arequipeñas.
DIA 2: La limpieza. Un hombre viviendo solo durante dos años no es precisamente un referente de orden y pulcritud. Entonces yo, maniática en el tema, inicié la operación. Sobretodo porque consideraba que pasaría casi una semana allí y debía hacerme de una morada agradable. Luego vinieron duchas exfoliantes, algo de lectura, internet y algunas caminatas. En la noche, cumpleaños del primo, también residente en la ciudad, con sus respectivos drinks que incluyeron presentación telefónica del novio y terminaron a las 3am
DIA 3: Noche de baile. Caímos en una salsoteca en la Av. Dolores: el Moon Ice (eso creía yo, grande fue mi sorpresa cuando vi el letrero que decía Munays). La música buenísima. Nos encontramos con dos amigos de mi hermano, que luego fueron cuatro, seis y terminé sumergida en un grupo de 10 muchachos (para variar).
Anécdota 1: me presentaron a un nene apodado “el diablo” que no pudo contener el rostro de alivio cuando me presente “Ah! Tú eres el diablo. Hola, yo soy bruja!”
Como era de esperarse (porque estaba en una disco, con mi hermano y rodeada de varios jovencitos) bailaría toda la noche. Solo que lo que se vislumbraba como una noche exclusivamente salsera tuvo sus toques de latin pop (bien onda cero y viva fm), música tradicional (morenada, carnaval arequipeño, saya y valcesito) y la infaltable cumbia (chicha en buen cristiano).
Anécdota 2: la cara del fulano con pose de ganador que me sacó a bailar saya y que luego de 15 segundos no sabía donde meterse porque recordé tolitita la coreografía de la época de mis clases de foklore. En fin, gajes del oficio. No señores, no sólo se bailar bien salsa. No me limiten! (sorry, ese fue el momento egocéntrico)
DIA 4: La caminata. Despertamos a mediodía y obviamente no quedaba más que salir a cazar el dichoso desayuno-almuerzo que nos llevó a la Tradición Arequipeña. Nuevamente emocionada con la comida y no tanto con la cerveza arequipeña (sorry queridos, pero ¡Qué viva la cusqueña!). Luego de recargar las energías iniciamos la ruta. Me llevaron por la Dolores a conocer “Bustamante y Rivero” terminamos por el mercado “Andrés Avelino Cáceres”. Mi hermano quería que viera los contrastes (todo en el sentido profesional de la palabra), no hay duda.
Luego terminamos al otro lado de la ciudad en el Mall de Yanahuara. Mi venganza fue sentarlo a ver “Colorín Colorado”, pela que ya sacaron de cartelera en Lima y que es sencillamente malaza. Finalmente una vuelta viendo libros por San Camilo, antes de prepararnos para salir de juerga nuevamente, solo que hubo un pequeño inconveniente. Nos quedamos dormidos. Plop!
DIA 5: La comilona. Por primera vez durante el viaje tomé desayuno a la hora en la que habitualmente se consume. Nos levantamos a las 9am y fuimos nuevamente a San Camilo, a buscar queso, mantequilla y todas esas cosas ricas que se producen en el sur. Pero mi hermano no pudo contener el antojo al ver sanguchito de lechón, arrocito con pollo, rocotito relleno, pastelito de papa, cebichito, etc, etc y consumió todo lo que pudo acompañado de su infaltable jugo de maca. No en vano decimos que come como "camionero".
Sin embargo, yo quería café. Así que lo arrastré hasta el Patio del Ekeko donde tomamos un desayuno convencional (de gente). Entonces alguien llamo mi atención entre la multitud. Ya habíamos cruzado miradas en el hall y se dejó observar mejor desde el tercer piso. No me pude resistir a sus encantos y la adopté. Abrió los brazos, dijo “mami” y asintió con la cabeza en señal de aprobación al ser bautizada como Linda Cecilia Bustamente y Rivero.
Sonó el celular y llegó la confirmación para el almuerzo con mi primo. Terminamos en la Hacienda del Molino de Sabandía. Comimos buenazo: escribano, chicharrón, malaya, costillar, ocopa, entre otros. Que barbaridad!!! Y como si no nos hubiera bastado nos fuimos a “La Cecilia”, y celebramos hasta las 10pm.
DIA 6: El regreso. Despertamos con las justas. Rubén para ir a la oficina y yo para desinstalar mis pertenencias y hacer maletas.
A las 9:30 suena el teléfono. Un muy querido amigo pidiendo una billetera en el Pedro P. Díaz. No hay duda de que soy una amiga muy dedicada. Ya vestida como señorita, caminando con tacones en plena plaza de armas para buscar la dichosa billetera. Plop!
Al final el intento solo sirvió para achicharrarme un poco, pero esas son las cosas que se hacen por un amigo.
Enrumbé al aeropuerto con cierto retraso, pero afortunadamente llegué a tiempo. Al hacer las respectivas llamadas de reporte solo me respondió el silencio y algún mensaje de texto. Duh! Es lunes y todos están ocupados. Arribamos, Linda Cecilia y yo, casi a la hora de almuerzo disfrutando de la maravillosa neblina (y no estoy siendo irónica) y listas para retomar las actividades programadas para esa noche (ver próximo post).
Gracias a una movida magistral logré darle fecha a mis vacaciones. Ya llevaba postergando el dichoso viaje a Arequipa casi dos meses. Qué le vamos a hacer, me gustan los cerros. Además quería tomar distancia de la casa, de la oficina, de la universidad (con la que me encuentro en coqueteos), de los amigos, del novio, de todo lo que habitualmente suelo hacer por estos lares.
El objetivo era descansar, dormir, caminar, rascarme la barriga, mirar el sol y pensar. Viajé para alejarme de la juerga, el baile y la chela (ilusa yo). Lo que sí tenía claro, y efectivamente se cumplió, era que me iba de tour gastronómico.
DIA 1: La llegada. Romy en el Jorge Chávez y en el Rodríguez Ballón hablando por fono con la mamá, el novio y el hermano. Llegando a Arequipa el primer detalle: No hay taxi. Mi queridísimo hermano no había llamado a nadie para que me recogiera y los taxistas del aeropuerto se encontraban… en un campeonato de futbol! (léase, no chambeaban).
Almuerzo tranquilo. Las náuseas y los mareos no me dejaron vivir en paz aquel día (¿mencioné que soy extremadamente delicadita cuando viajo?). Noche de cafecito con la gentita de las reguladoras arequipeñas.
DIA 2: La limpieza. Un hombre viviendo solo durante dos años no es precisamente un referente de orden y pulcritud. Entonces yo, maniática en el tema, inicié la operación. Sobretodo porque consideraba que pasaría casi una semana allí y debía hacerme de una morada agradable. Luego vinieron duchas exfoliantes, algo de lectura, internet y algunas caminatas. En la noche, cumpleaños del primo, también residente en la ciudad, con sus respectivos drinks que incluyeron presentación telefónica del novio y terminaron a las 3am
DIA 3: Noche de baile. Caímos en una salsoteca en la Av. Dolores: el Moon Ice (eso creía yo, grande fue mi sorpresa cuando vi el letrero que decía Munays). La música buenísima. Nos encontramos con dos amigos de mi hermano, que luego fueron cuatro, seis y terminé sumergida en un grupo de 10 muchachos (para variar).
Anécdota 1: me presentaron a un nene apodado “el diablo” que no pudo contener el rostro de alivio cuando me presente “Ah! Tú eres el diablo. Hola, yo soy bruja!”
Como era de esperarse (porque estaba en una disco, con mi hermano y rodeada de varios jovencitos) bailaría toda la noche. Solo que lo que se vislumbraba como una noche exclusivamente salsera tuvo sus toques de latin pop (bien onda cero y viva fm), música tradicional (morenada, carnaval arequipeño, saya y valcesito) y la infaltable cumbia (chicha en buen cristiano).
Anécdota 2: la cara del fulano con pose de ganador que me sacó a bailar saya y que luego de 15 segundos no sabía donde meterse porque recordé tolitita la coreografía de la época de mis clases de foklore. En fin, gajes del oficio. No señores, no sólo se bailar bien salsa. No me limiten! (sorry, ese fue el momento egocéntrico)
DIA 4: La caminata. Despertamos a mediodía y obviamente no quedaba más que salir a cazar el dichoso desayuno-almuerzo que nos llevó a la Tradición Arequipeña. Nuevamente emocionada con la comida y no tanto con la cerveza arequipeña (sorry queridos, pero ¡Qué viva la cusqueña!). Luego de recargar las energías iniciamos la ruta. Me llevaron por la Dolores a conocer “Bustamante y Rivero” terminamos por el mercado “Andrés Avelino Cáceres”. Mi hermano quería que viera los contrastes (todo en el sentido profesional de la palabra), no hay duda.
Luego terminamos al otro lado de la ciudad en el Mall de Yanahuara. Mi venganza fue sentarlo a ver “Colorín Colorado”, pela que ya sacaron de cartelera en Lima y que es sencillamente malaza. Finalmente una vuelta viendo libros por San Camilo, antes de prepararnos para salir de juerga nuevamente, solo que hubo un pequeño inconveniente. Nos quedamos dormidos. Plop!
DIA 5: La comilona. Por primera vez durante el viaje tomé desayuno a la hora en la que habitualmente se consume. Nos levantamos a las 9am y fuimos nuevamente a San Camilo, a buscar queso, mantequilla y todas esas cosas ricas que se producen en el sur. Pero mi hermano no pudo contener el antojo al ver sanguchito de lechón, arrocito con pollo, rocotito relleno, pastelito de papa, cebichito, etc, etc y consumió todo lo que pudo acompañado de su infaltable jugo de maca. No en vano decimos que come como "camionero".
Sin embargo, yo quería café. Así que lo arrastré hasta el Patio del Ekeko donde tomamos un desayuno convencional (de gente). Entonces alguien llamo mi atención entre la multitud. Ya habíamos cruzado miradas en el hall y se dejó observar mejor desde el tercer piso. No me pude resistir a sus encantos y la adopté. Abrió los brazos, dijo “mami” y asintió con la cabeza en señal de aprobación al ser bautizada como Linda Cecilia Bustamente y Rivero.
Sonó el celular y llegó la confirmación para el almuerzo con mi primo. Terminamos en la Hacienda del Molino de Sabandía. Comimos buenazo: escribano, chicharrón, malaya, costillar, ocopa, entre otros. Que barbaridad!!! Y como si no nos hubiera bastado nos fuimos a “La Cecilia”, y celebramos hasta las 10pm.
DIA 6: El regreso. Despertamos con las justas. Rubén para ir a la oficina y yo para desinstalar mis pertenencias y hacer maletas.
A las 9:30 suena el teléfono. Un muy querido amigo pidiendo una billetera en el Pedro P. Díaz. No hay duda de que soy una amiga muy dedicada. Ya vestida como señorita, caminando con tacones en plena plaza de armas para buscar la dichosa billetera. Plop!
Al final el intento solo sirvió para achicharrarme un poco, pero esas son las cosas que se hacen por un amigo.
Enrumbé al aeropuerto con cierto retraso, pero afortunadamente llegué a tiempo. Al hacer las respectivas llamadas de reporte solo me respondió el silencio y algún mensaje de texto. Duh! Es lunes y todos están ocupados. Arribamos, Linda Cecilia y yo, casi a la hora de almuerzo disfrutando de la maravillosa neblina (y no estoy siendo irónica) y listas para retomar las actividades programadas para esa noche (ver próximo post).
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