Los domingos no son mis días preferidos y eso no es novedad. Sin embargo, este mes me ha sorprendido con gratísimas y divertidas sorpresas de fin de semana. Todas sin salir de la que algunos llaman “la gris” u otra palabra que empieza con “h” y me niego a utilizar como adjetivo.
Algo que yo reclamaba mucho durante mi infancia eran los paseos familiares dominicales, pero como mis viejos trabajaban hasta el sábado (así como yo ahora), el domingo les quedaba corto para hacer lo que no podían durante la semana, y además llevarnos a pasear. Así que no es que le tenga mucha fe a las mañanas del finde.
Empecé el año sin muchos propósitos, aunque sí con una sensata lista de pendientes escrita en una servilleta. Todos ellos ejecutables hacia fines del verano. Es que, en general, no carburo muy bien durante el verano. Mi mente y mi cuerpo asumen vacaciones de inmediato. Es difícil ponerse a estudiar o iniciar algún proyecto, mediano o grande, sobre todo si lo hago sola.
Entonces era de esperarse que los últimos tres domingos estuviera cual marmota tratando de prolongar mi estadía en cama. Pero no fue tarea fácil. Había que sobreponerse a toda la actividad familiar alrededor, que aún siguen buscando casa. Yo debería haber iniciado esa búsqueda de manera más seria este año, pero la he procastinado (Nunca más!). Afortunadamente hubieron quienes me convencieron para detener la acostumbrada y odiada inercia dominical.

La "pequeña" caminata empezó en el Museo de Arte Italiano con la muestra de Dalí y terminó en el parque de La Muralla, ida y vuelta.
El segundo domingo hábil coincidió con el aniversario de Lima. Leí temprano a Café Taipá que hablaba de una ausencia de un valor que diferenciara Lima. Pues si, tiene razón no hay un solo. Pero a veces la diversidad puede ser también una diferencia. Lamentablemente, ni él ni yo hemos hecho una investigación al respecto, así que solo tenemos hipótesis.

Curiosamente pensaba en que la semana anterior, había pasado el domingo con un nacido en Cusco, que asistió al colegió en Huancayo y que vive en Lima hace casi 12 años, el cual vive como limeño y se identifica con sus calles, que ya son parte de su historia. Es más, fue el guía turístico de aquel paseíto por el centro, porque esta “limeña”, hija, nieta y bisnieta de limeña (todo en línea materna – lo siento, creo en los matriarcados) no conocía el dichoso parque. Que roche!

El paseito terminó con un suculento almuerzo en el Bolivariano, porque una celebración tradicional sin comida y bebida típica, no es. Aunque mientras comía pensaba en cuál de todos los platos del buffette eran específicamente "limeños".

No se ustedes, pero ahora que termino de escribir (y re-leer) el "reporte" con el que quería agradecer a los friends por los findes chéeres, me doy cuenta de lo irónicas que resultaron las circunstancias. Sobre todo si agregamos que gracias al calor de la tarde barranquina, nos animamos a probar el novísimo helado D'onofrio de "Inca Kola", que a pesar de ser un ansiado producto "de bandera" no resultó tan espectacular.
Como sea, lo único que me queda por decir es que afortunadamente tengo muchos amigos de otros lados que vinieron, ellos sí espectacularmente, a vivir cerca de mí :)