martes, mayo 26, 2009

Para el padre

Lo volviste a hacer. Me fallaste. A mí y a mis hermanos. Al margen de las consecuencias, que en otro tiempo (tal vez) no hubieran sido tan relevantes, el hecho y su interpretación actual me dejan una realidad difícil de afrontar.

Creo que fui (y soy) una buena hija, siempre pendiente de tus enseñanzas, que fueron muchas innegablemente. Me hiciste crecer, me diste herramientas para afrontar la vida de una forma que pensé no era para mí. Me demostraste lo contrario y confiaste en mí, a veces más veces de las que yo confié en mí misma. Pero siempre me quedó esa incertidumbre de tu (des)protección, de tu abandono. Curiosamente cuando menos aparecías era cuando estabas más convencido (y vaya que no es cosa fácil) de que cumpliste bien tu tarea. Pero no eres consciente de lo importante que es tu presencia, no solo para mí sino para todos tus hijos.

Tuviste el don de predecirme, sobre todo cuando más trataba de hacer las cosas sin aspavientos. Me leías la mente, me interpretabas las actitudes, ni que decir de las (no) acciones. Eres un zorro viejo, y eso me hizo admirarte aún más. Se me ocurrió que habíamos encontrado (y tal vez si tuvimos durante buen tiempo) una suerte de sinergia.

No es el titular del día decir que tengo problemas con la autoridad. Mi diplomacia no logra disimular mi rebeldía, mi terquedad y por qué no decirlo mi engreimiento (nada gratuito por cierto). Pero logramos a un sano equilibrio.


Mi camino tampoco fue fácil. Me costó ganarme tu respeto y creo que tu cariño, por eso me siento hoy con derecho de reclamar, de demandar tu consideración y reconocimiento. Parece que no recuerdas que todo lo que soy ahora lo aprendí de ti. En fácil, en difícil, en la guerra, en la paz, apagando el incendio o simplemente escuchando tus consejos.

No quiero juzgarte, pero no puedo evitarlo. Lo grave es que mi ira (que no es más que el fiel reflejo de mi tristeza) me trae constantemente a la cabeza aquellas ideas impulsivas (tan mías) de patear el tablero porque no me parecen las reglas de juego. Pero no todo es tan irracional. El tiempo también me ha dado algo de calma y es más que obvio que detrás de toda esa indiferencia hay un problema mayor. Tal vez que al ver a tus hijos grandes crees que no son prioridad o que te perdiste en todos esos problemas de “adultos” y olvidaste lo que era realmente importante (y ahora ya urgente). Como sea, es algo difícil de ignorar.

Imagino que pronto resolveremos este tema, de alguna manera. Es probable sólo sea una crisis que nos permitirá adaptarnos un poco al cambio que hemos tenido en la relación, por tu crecimiento y el mío; aunque también esto podría ser simplemente el principio del fin y el viaje a una realidad en la que nuestros roles cambien y ya no seamos padre e hija (a veces creo que ese es tu objetivo final y me perturba).

Con todo respeto, y espero poder decirlo personalmente, estoy agradecida. Por la confianza, la dedicación y el cariño, sé que fuiste sincero. Nada podrá cambiar que seas mi maestro y yo tu alumna, pero tal vez el destino me empuje a buscar mi propia casa, ya sin tu amparo, pero sí con todo lo aprendido. Ojalá, si llegara el momento de partir, me desees suerte y me des tu bendición.

Pasará lo que tenga que pasar, maestro.

1 comentario:

Unknown dijo...

es el padre.
siempre es el padre. con todo, lo bueno y lo malo.

lo que es peor es que es el único padre que en verdad tengo, aunque no lo tenga.

también es tuyo, aunque lo tengamos y no.