Milagro, coincidencia o lo que seaHace tres años estaba bastante conflictuada con el rumbo que había tomado mi vida. Tenía problemas con un proyecto profesional que había iniciado, no encontraba como re-encaminar mi vida laboral, estaba saliendo con un chico al que adoraba pero era una relación que existía más en mi cabeza (y en mi corazón) que en la realidad, la relación con mi familia también se encontraba en conflicto por una serie de motivos.
Entonces, Deb, a quien le debo el no haberme sumergido en la locura y sabe Dios en qué mas, me pidió que la acompañara a la procesión del Señor de los Milagros. Recuerdo que en el colegio algunas veces me quedaba luego de la hora de salida para verla, generalmente por pura coincidencia. Siempre era la segunda fecha de recorrido aquella que pasaba por las primeras cuadras de la Av. Brasil.
Acepté. No tenía muchas opciones de actividades y probablemente saldríamos luego a almorzar por allí. Si bien ya había recuperado mi catolicismo, luego de una época de separación de la Iglesia y todo lo que significaba y suponía, la idea tampoco me motivaba demasiado. Aunque, por el otro lado, no era una situación que me fuera del todo ajena. Resulta que Deb solía ir con frecuencia a la procesión, junto a su finada abuela, quien pertenecía a la legión de damas que lleva los zahumerios (mentiría si les digo que recuerdo el nombre).
Así como vino la primera visita, un día jueves si mal no recuerdo, vino la segunda, que coincidió con un fin de semana. Aquella vez fuimos con la fresita y la meli. Por esos días en los que conformábamos el aquelarre.
En esa segunda visita me enteré que la fresita había ofrecido llevarme a la procesión, pidiendo por mí, por mi tranquilidad y por el cumplimiento del principio del
“novio bonito y el trabajo decente”. Me pareció un gesto muy dulce de su parte, aunque no lucía del todo convencida de la real utilidad de algo así. Sin embargo, lo agradecí de todo corazón entonces, y lo vuelvo a agradecer de la misma forma hoy.
Acompañe a Deb un año más. Ya mucho más familiarizada con el evento. El 2005 también fue complicado, pero parecía nada comparado con el 2004. De hecho algunas cosas empezaron a moverse. Ya estaba más encaminada, pero sobre todo más tranquila. Le empecé a tomar cariño al asunto.
Al año siguiente, ya fui sola a los tres recorridos. Casualmente, todo estaba visiblemente ordenado. La situación en general era completamente distinta. Había concretado tan mentado y controversial principio (que ahora ya caducó, pero de eso hablaré en otro post), y después de mucho tiempo me encontraba en armonía con el mundo.
No quiero hablar aquí de milagros ni de fe, porque creo que eso es algo que le concierne a cada uno.
Tampoco quiero tomar el papel de religiosa, porque definitivamente no soy quien para tirar la primera piedra. Solo quería contar la historia de cómo empecé a hacer de esto un hábito, y de cómo por lo que sea me hace sentir bien.
Este año pasó algo muy particular. Contra todo pronóstico llegué a los dos recorridos.
El primero coincidió con el primer día de entrenamiento de los 10K de nike. Ni siquiera sabía que ese día salia la imagen. Pancho me plantó, yo llegué tarde. Al llegar a casa mi papá me comentó el recorrido y sin proponérmelo terminé en la Plaza de Armas con un amigo mío al que llevé sin saber que era ateo. La salida de la catedral fue un espectáculo y me pareció muy bacán que este año me tocara verlo así.
Lo de hoy fue igual de maravilloso. Era consciente de que el segundo recorrido era cerca del 18, y pensé que podría alcanzarlo el sábado 20. Hoy en la mañana descubrí que no sería posible. No sólo por
el segundo entrenamiento de las aves de fuego, sino también porque mañana no salía la procesión. No me quedaba otra que tomar la decisión “Me voy hoy a la hora de almuerzo”. A lo que la sis gritó “estás cú cú” (léase loca). Bueno, eso no sorprende. Lo hice.
Lo genial fue que pude darle el alcance en entre esas primeras siete cuadras de la Av. Brasil ¿Dónde me instalé? No es muy difícil adivinar que me quedé en la puerta de mi cole. Fue muy emocionante. Demasiados recuerdos vinieron a la mente.
Aproveché después, obviamente, para entrar a la pequeña capilla dónde cuando era pequeña pedía para aprobar los exámenes (no puedo evitar la sonrisa por la inocencia). Y se cumplió aquella sensación que tuve el último 24. No volví a entrar igual, en la misma situación. Ni modo, fue para bien.
Luego de cumplir los saludos y agradecimientos respectivos, porque para pedidos ya deben estar ocupados ambos, regresé a la oficina con la sonrisa de quien ha recibido, por coincidencia, milagro o lo que sea, la oportunidad de vivir dos momentos espectaculares.
¿Qué más se le puede pedir a la vida?